viernes, 26 de septiembre de 2008

Una lectura mal hecha de "una lectura bien hecha"

Hace poco cayeron en mis manos un par de ensayos de George Steiner, uno de ellos ("Una lectura bien hecha") me hizo volver sobre un lugar común en mis escasos pensamientos, la sensación estúpida y egoísta que me dejan los libros de estar diciéndome algo a mí. A mí. La intuición estúpida, aunque no egoísta, de que todos los lectores han llegado a sentir eso.

Me muerdo la lengua, más bien me muerdo los dedos al escribir que, bajo esa óptica, todo libro está dirigido a su lector. O mejor: un libro es muchos libros, pues cada lector lee en él la historia que le estaba aguardando, que quería contarse. O peor: no sé leer; soy un mal lector imponiendo mi visión del mundo a la del autor: la tiranía del lector.

No soy tan radical ni tan imbécil como para creer en la literalidad de las palabras, en su transparencia. Por supuesto, tampoco en las que acabo de escribir, en las que voy a escribir.



Un texto tiene tantas lecturas —léase interpretaciones— como lectores. Esto es porque el acto de la lectura supone el encuentro entre un texto y un contexto individual, lo que implica que no hay lecturas totales que agoten la obra. Lo que hace Steiner es poner a la lectura en una situación límite, me cuesta trabajo imaginar una divergencia más radical que la que produjo la lectura de El mundo como voluntad y representación en Thomas Mann y en Hitler. Aquí, el libro simboliza una puerta que lo mismo puede abrirse en la habitación del humanismo que en la de la atrocidad, conducirnos a un palacio o a un abismo; puestos en esta disyuntiva, preguntarse si una lectura es mejor que otra resulta pertinente y hasta sano, aún sabiendo que la respuesta ha de ser un rotundo ‘no’: toda lectura es a un tiempo buena y mala, falsa y verdadera.

La lectura implica poner en juego la existencia del lector, hacer pasar el libro por el filtro de la propia vida o, para acudir al lugar común, leerlo bajo la óptica de un cristal particular. Sólo hay falsas lecturas porque toda interpretación deviene “ficción semántica”, “juego de textualidades internas”.

Pero no seamos tan radicales, parece decir Steiner al preguntarse por las modalidades prácticas del compromiso entre “el yo” y “un libro”. Habría que empezar por el léxico, escuchar el eco del pasado en cada palabra; “amar la literatura es ser amante de léxicos. Y de gramáticas. La sintaxis es la nervadura del sentido”. Memorizar; leer palabra por palabra y leer entre líneas, releer, ya que “toda lectura bien hecha sigue siendo provisional y tangencial”.

Leer con sentido, sin dejar del lado el sentido común; en esta posibilidad de brindarle sentido a la obra comienza la crítica de Steiner a la posmodernidad y, en especial, al deconstruccionismo como privador de sentido. Apostar por construir un sentido es apostar por la inteligibilidad (ahí es donde yace la dignidad del hombre), querer entender es querer ser libre. Si un buen escritor está enfermo de literatura, un buen lector está enfermo de esperanza.

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