lunes, 12 de noviembre de 2007

El insportable proceso de cien años de muerte

Alguien debió haber calumniado a Joseph K. puesto que sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana. Aureliano lo acompañó. Decía en todas partes en voz alta lo que pensaba y la policía comunista, estupefacta ante sus desorbitadas afirmaciones lo detuvo, lo condenó y lo encarceló. Ese día, Lily Briscoe lo vio adentrarse en la extraña tierra de nadie donde era imposible seguir a la gente, incluso cuando su proceder provoca tales escalofríos en aquellos que los observan que siempre tratan de seguirlos al menos con los ojos, como se sigue a un barco que se aleja hasta que sus velas se hunden por detrás del horizonte. Nunca volvió a verlo. Lloró algunas horas inconsolablemente, y prometió no hacerlo más. Para sí, sólo podía pensar: Tú… mueres… has muerto… moriré.
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Franz Kafka, El proceso
Milan Kundera, La insportable levedad del ser
Virginia Woolf, Al faro
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz

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